Moses Akatugba tenía 16
años cuando lo detuvieron y torturaron en Nigeria. Le dispararon en la mano y
fue colgado durante horas antes de arrancarle las uñas de manos y pies con
alicates. Todo ello para que confesara su participación en un robo menor.
Moses terminó firmando dos confesiones por un delito que niega haber cometido. Le encarcelaron y, ocho años después, le condenaron a muerte. Moses terminó firmando dos confesiones por un delito que niega haber cometido. Le encarcelaron y, ocho años después, le condenaron a muerte.
Moses terminó firmando dos confesiones por un delito que niega haber cometido. Le encarcelaron y, ocho años después, le condenaron a muerte. Moses terminó firmando dos confesiones por un delito que niega haber cometido. Le encarcelaron y, ocho años después, le condenaron a muerte.
Amnistía Internacional pide una
investigación sobre las denuncias de torturas y malos tratos a manos de la
policía y del ejército, y que se conmute de inmediato la condena a muerte.
¿Cómo se sentirá Moses?
Quizá sus pensamientos no sean muy diferentes de estos:
"¡Condenado a muerte!
Hace cinco semanas que vivo con este pensamiento, siempre a
solas con él, siempre con su helada presencia, encorvado siempre bajo su peso.
Antaño -me parece que hace años y no semanas-, yo era un hombre como otro
hombre. Cada día, cada hora, cada minuto contenía un sueño. Mi espíritu, joven
y rico, estaba lleno de fantasías. Se divertía desenrollándose una tras otra,
sin orden y sin fin, bordando con inagotables arabescos esta ruda y fina tela
de la vida (...)
Ahora estoy cautivo. Mi cuerpo pertenece a los hierros de un
calabozo, mi espíritu está aprisionado en una idea. ¡Una horrible, sangrienta,
implacable idea! Solo tengo un pensamiento, una convicción, una certeza:
¡condenado a muerte!"
Es el comienzo de la novela "El último día de un
condenado", de VÍCTOR HUGO (Traducción de Antonio Álvarez
de la Rosa para Ikusager Ediciones, 2002)
"Condamné à mort!
Voilà cinq semaines que j’habite avec cette pensée,
toujours seul avec elle, toujours glacé de sa présence, toujours
courbé sous son poids!
Autrefois, car il me semble qu’il y a plutôt des années
que des semaines, j’étais un homme comme un autre homme. Chaque jour,
chaque heure, chaque minute avait son idée. Mon esprit, jeune et riche,
était plein de fantaisies. Il s’amusait à me les dérouler les unes après
les autres, sans ordre et sans fin, brodant d’inépuisables arabesques
cette rude et mince étoffe de la vie (...)
Maintenant je suis
captif. Mon corps est aux fers dans un cachot, mon esprit est en prison
dans une idée. Une horrible, une sanglante, une implacable idée! Je n’ai plus qu’une
pensée, qu’une conviction, qu’une certitude: condamné à mort!"
Le dernier jour d’un condamné. Paris, Gosselin, 1829.
1829. En esa fecha,
Víctor Hugo escribía un impresionante alegato en defensa de la abolición de la
pena de muerte, y también de la tortura: "No queremos solo la
abolición de la pena de muerte, queremos una transformación completa
de la penalidad bajo todas sus formas, de arriba abajo, desde el cerrojo a
la cuchilla, y el tiempo es uno de los ingredientes que deben formara parte de
tal tarea, para que esté bien hecha."
Pues bien, van ya pasados casi dos siglos y la tortura continúa en muchos
países del mundo, bajo crueles y diversas formas, a pesar de que la propia ONU
aprobó el 10 de diciembre de 1984 la Convención Contra
la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes.
Actuemos con
Amnistía Internacional para que cese de una vez por todas la tortura
en el mundo, para que al menos cese en los casos que Amnistía propone para
este año.