Confeti de colores salpican el cartel de la Graduación de este año en el escenario iluminado.
Nervios de padres y madres mientras aparcan bajo la lluvia fría, bullicio de familias: una abuela temblorosa mientras baja las escaleras, hermanos mayores que ya han pasado por esto, y pequeños con los ojos bien abiertos, todos abarrotando el salón. Amigos en el palco siguen la ceremonia desde su altura.
Sonrisas y nervios de quienes han cursado el último año de Bachillerato, con galas para la ocasión, tan diferentes de las que usan en clase, que parecen otras personas. Y lo son: ya ven la salida al mundo adulto con la incertidumbre que ello conlleva, con la sensación de libertad que tienen desde hace días en medio del agobio de examen tras examen y antes del siguiente.
El acto se ha preparado con mimo, como siempre, para que así se sientan, estando Bea e Isabel atentas a cada detalle. Carlos, a los mandos tecnológicos. Bea, con la cámara pendiente de cada gesto, que luego colgará en el blog para que revivamos el momento pasando y repasando cada una de sus fotografías.
Los protagonistas hoy, lo recuerda la Directora, son los alumnos. Hoy y durante cada uno de los segundos de su adolescencia con nosotros.
Nos recordarán la ingente cantidad de horas que han pasado en las aulas del Juan de Herrera, nos advertirán que, si bien han conocido el aforismo latino "Memento mori", ellos prefieren convertirlo en "Acuérdate de vivir". Sienten el orgullo de haber llegado hasta aquí y nos lo dicen con fuerza, la que les da el haberlo logrado con la solidaridad de unos y otras en los buenos y malos momentos. Se acuerdan también de sus familias.
La primera fila, para el profesorado, que sigue con atención cada una de las palabras que se pronuncian desde el escenario, cada entrega de diploma que les recuerda lo que han vivido en el Instituto con ese alumno, con esa alumna: el conocimiento del primer día, cuando pasó lista por primera vez, las explicaciones, los ejercicios, las correcciones de cuadernos y exámenes, las discusiones, las preguntas, las caras iluminadas cuando por fin entendían aquel concepto complejo, las excursiones, los proyectos del Día del Libro y de la Ciencia, los ratos en la Biblioteca, las mediaciones, las sesiones de Ayudantes para la Convivencia, las del Consejo Escolar, las reuniones de los viernes en Amnistía, los saludos y rápidas conversaciones en el patio y en los pasillos, los abrazos contra el desánimo...
El acto se ha preparado con mimo, como siempre, para que así se sientan, estando Bea e Isabel atentas a cada detalle. Carlos, a los mandos tecnológicos. Bea, con la cámara pendiente de cada gesto, que luego colgará en el blog para que revivamos el momento pasando y repasando cada una de sus fotografías.
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Discurso de representantes del alumnado 2018 |
Nos recordarán la ingente cantidad de horas que han pasado en las aulas del Juan de Herrera, nos advertirán que, si bien han conocido el aforismo latino "Memento mori", ellos prefieren convertirlo en "Acuérdate de vivir". Sienten el orgullo de haber llegado hasta aquí y nos lo dicen con fuerza, la que les da el haberlo logrado con la solidaridad de unos y otras en los buenos y malos momentos. Se acuerdan también de sus familias.
La primera fila, para el profesorado, que sigue con atención cada una de las palabras que se pronuncian desde el escenario, cada entrega de diploma que les recuerda lo que han vivido en el Instituto con ese alumno, con esa alumna: el conocimiento del primer día, cuando pasó lista por primera vez, las explicaciones, los ejercicios, las correcciones de cuadernos y exámenes, las discusiones, las preguntas, las caras iluminadas cuando por fin entendían aquel concepto complejo, las excursiones, los proyectos del Día del Libro y de la Ciencia, los ratos en la Biblioteca, las mediaciones, las sesiones de Ayudantes para la Convivencia, las del Consejo Escolar, las reuniones de los viernes en Amnistía, los saludos y rápidas conversaciones en el patio y en los pasillos, los abrazos contra el desánimo...
De repente, un aplauso unánime y espontáneo: ha entrado Ramón y la gente reconoce con ese gesto sus años de Director.
Mientras, tres profesoras no dejan de pensar que es su última graduación en el Juan de Herrera: Bea, Trini y Ana, que se llevan su profesionalidad docente a otros Centros. No seamos egoístas. Entendemos sus marchas y les deseamos lo mejor. Lo merecen.
Toma la palabra Rosa, la profesora de Griego y Latín, y con esa voz maravillosa y ágil, llena el salón de poesía, de sabiduría, de mitología y profundo conocimiento clásico, excelsa enseñanza en el acto que culmina una etapa, que inaugura el paso a la nueva aventura allí fuera, con alusiones a su propio recorrido vital:
"Querida comunidad educativa del IES Juan de Herrera, queridos alumnos, graduados, equipo directivo, profesores, madres, padres y demás familiares y amigos: me ha correspondido la tarea de pronunciar el discurso de despedida y voy a enfocarla contándoos algunas historias. Traigo esta tarde cinco relatos que cuentan con un denominador común y cuyo punto de partida son un pequeño ramo de cualidades que os deseo para la vida.
La
primera historia habla de paciencia y de constancia. Se inspira
en un mito griego y comienza en el momento en que los dioses, aburridos de su
tiempo infinito y circular, deciden encargar a dos hermanos la creación de
criaturas con las que llenar los espacios inferiores y entretenerse mirándolos,
como se hace con los peces en un acuario. Uno de los hermanos comenzó a
fabricar seres vivos que poblaron todo, de un extremo al otro de la tierra.
Puso en ellos toda clase de dones: alas, aletas, picos, piel, pelo, escamas,
aguijones, garras. Mientras el otro hermano, que era un perfeccionista, se
tomaba su tiempo, diseñando cuidadosamente una creación, el primero agotó todos
los recursos que le habían proporcionado. Así que tuvo que ingeniárselas de
otra manera y terminó construyendo a su criatura de agua y tierra. Su
constancia obtuvo premio, porque la criatura era la más destacable de la
naturaleza: era bípedo, hermoso, con una cosa que se llamaba logos y
que servía a la vez para pensar, para hablar, para hacer cuentas y para
comunicarse con los dioses; pero era débil, delicado y su piel fina no le
protegía del frío ni de los ataques de las otras criaturas. Los dioses le
prestaron atención un poco, al principio, pero luego se olvidaron de él. Pero
su creador, que se llamaba Prometeo, terminó apiadándose de ellos: robó unas
chispitas del carro del sol y les transmitió el fuego, a escondidas y a costa
de la autoridad de los otros, los que habían tenido la idea de crearlo.
El
desafío de la supervivencia fue sólo el primero de los que tuvo que afrontar el
ser humano, esa criatura bípeda cuyo logos era lo único que podía
suplir su escasez de pelo, de escamas, de alas o de garras. Prometeo llegó a
pensar que lo único que había hecho había sido traerse problemas a sí mismo,
sobre todo cuando lo encadenaron al Cáucaso por proteger a su criatura
imperfecta frente a los designios egoístas de los dioses.
La
segunda historia habla de pasión. Cambiamos un poco de tercio y de los
mitos nos vamos a hablar de palabras y de sus significados. O sea, de etimología.
Este relato lo protagoniza una persona de diecisiete años, dieciocho, o sea,
alguien como vosotros, que también un día dejó el Instituto donde había pasado
los que hasta entonces fueron los cuatro años mejores de su vida. Cuatro años
es apenas una isla en la vida de un adulto; pero en la de un adolescente,
vosotros lo sabéis, es un largo periodo de aprendizaje y descubrimiento. La
persona de la que os hablo descubrió nada menos que una vocación durante
aquellos años. Esta palabra tiene que ver con el verbo latino voco,
llamar; entonces, una vocación es una vocecita que uno oye más o menos por aquí
y que le dice, con variantes, camina por ese lado, ve por ahí… Se
parece también a una linterna que alumbra el camino de lo que uno ama; es el
reverso, por tanto, de la pasión. El caso es que aquella persona de diecisiete
años, que estudiaba humanidades por un par de azares del destino, tuvo primero
la pasión y luego la vocación. Y la pasión eran las palabras. Nada más y nada
menos. Con un acto de soberbia propio del Eurípides más duro, soñó con manejar
todas las palabras del mundo. Muy pronto, apareció la verdad de una célebre
cita: Ars longa, vita brevis; el significado es más o menos que es
probable que el mundo no te dé tiempo a que te lo comas entero. La buena
noticia es que sí se le pueden hincar buenos bocados si uno descubre lo que ama
y lo atesora como una perla delicada; y no deja que se destiña o se desluzca
porque, aunque pasen los años, sigue cuidando de esa pasión y
abrillantándola.
La
tercera historia habla de tradición y continuidad. Recurre otra
vez a la historia de Prometeo, aunque lo habíamos dejado aparcado en la primera
historia. Olvidemos que estaba encadenado en su Cáucaso particular, en lucha
encarnizada por una idea de educación universal; olvidemos incluso que unos
cambiantes buitres en forma de leyes educativas le devoraban el hígado durante
noches enteras. Luego se le regeneraba, a la mañana siguiente, porque al fin y
al cabo tenía su perla, su linterna y, cada día, al menos un par de ojos
asombrados al otro lado de una mesa: los de quien acaba de despejar una x,
comprender una etimología muy complicada, una asociación sintáctica o la
palabra exacta de una traducción.
Recordemos
que Prometeo se había ido a robar el fuego y se lo había dado a los hombres, su
amada criatura imperfecta. Y en el fuego les daba no sólo calor para compensar
su tremenda falta de pelo, plumas y escamas; no sólo les proporcionaba un modo
de defenderse de las alimañas nocturnas o una manera de asar la carne o de
cocer el pan. Además, les había entregado la LUZ. Lo que los hombres recibían a
espaldas de otros tiránicos dioses era un arma grandiosa, peligrosísima, a
veces dolorosa: el conocimiento. El hacerse preguntas. La disconformidad. La capacidad
de buscar en medio de lo que antes era una oscuridad omnipresente. El
sólo sé que no sé nada.
Todo
eso representa el fuego.
Y
los hombres guardaron la chispita de Prometeo para transmitirla a sus hijos. Y
luego a los hijos de sus hijos. Y luego a los nietos, a sus biznietos y a sus
tataranietos. Y algunos se llamaron maestros y otros alumnos, aunque a veces
los papeles se invertían y también aprendían los más viejos algunas cosas. Y la
criatura bípeda aprendió a compensar así su falta de recursos en otros
aspectos.
De curiosidad habla
la cuarta historia de esta tarde. El fuego era peligroso, ya lo hemos dicho, y
a veces podía usarse para hacer daño a otros; otras veces causaba daño a
quienes lo usaban, aunque tuvieran cuidado. Con el tiempo, hubo personas que
aprendieron que quemarse no estaba bien y se fueron ocultando voluntariamente
de la acción directa del fuego. Otros fueron reducidos por la fuerza y pasaron
varias generaciones, también ocultos. Un buen día, todos coincidieron en una
caverna. No era una de esas cuevas húmedas, llenas de murciélagos y arañas
venenosas. No, en realidad era bastante cómoda. Sus dueños la habían
acondicionado hasta el punto de volverla acogedora: tenía un largo sofá para descansar
y una pantalla enorme y lisa sobre la que se proyectaban interesantísimas
imágenes. Hombres y mujeres paseando, jóvenes cabalgando musculosas monturas,
parejas que se abrazaban y susurraban palabras tiernas, niños que jugaban con
peonzas y tabas… A veces, también aparecían personas que se iban a una isla a
sobrevivir o se encerraban en una casa a insultarse. No es que manejaran muy
bien el logos, pero era entretenido de ver. Tal vez no había nada mejor.
Pero
un buen día, un prisionero, un joven de alma inquieta, vio escaparse una chispa
mínima de un fuego oculto. Se paró delante de sus ojos como una luciérnaga
anaranjada y estuvo titilando hasta que terminó apagándose. El joven sintió una
punzada nostálgica en algún punto del pecho. ¿De dónde vendrá eso? Y
llevado por un impulso irrefrenable se levantó y se fue. Descubrió entonces que
detrás de ellos, en la entrada a la caverna, había un estrecho pasillo que los
separaba de un mundo exterior cuya existencia ni siquiera había sospechado. En el
pasillo ardía un fuego que convertía las imágenes de lo de fuera en las sombras
de la pantalla. Pero fuera… fuera había un universo entero de figuras de carne,
hueso y pasión. Fuera todo era luz, colores, nubes y sol, aromas, sabores y
músicas. Las tabas y las peonzas de los niños entrechocaban, entrechocaban los
besos de amor de las parejas, resonaban los timbales, resonaban los cascos de
los caballos en los caminos.
El
joven inquieto quiso entonces compartir con sus compañeros de caverna todo lo
que había visto. No tenía palabras para describirlo, así que lo mejor que podía
hacer era lograr que ellos también salieran. Entonces… ¿sabéis cómo acaba esta
historia? La cuenta muy bien el filósofo Platón. Los otros presos, lejos de
seguirlo, deciden matar al joven inquieto.
¿Entonces,
defendemos la curiosidad? El mito nos avisa del dolor que a veces conlleva el
aprendizaje. Pero yo voy a hacerte una pregunta, a ti que has estado tantos
días detrás de una mesa y que ahora miras fijamente, o piensas “a ver si acaba
esto ya”. Tú, ¿quién prefieres ser? ¿El encadenado o el que se libera? ¿Quieres
la experiencia, la pasión, quieres compartirlo con otros? ¿Quieres que
enmendemos la plana a Platón y digamos que, por fortuna, algunos de los encadenados
en la cueva se liberaron y salieron y olieron y bailaron al son de la música?
No volvieron nunca a estar presos y cada día acrecentaron su libertad y a veces
se quemaron con el fuego… pero aprendieron a vivir.
Con
la quinta historia acabará, por fin, este discurso. Os hablo ahora de un
tópico, no un mito, que todo el mundo conoce. Carpe diem. Coge el día.
Cógelo como una fruta, sácale brillo, híncale el diente. Que no te engañe su
apariencia: la manzana de oro está también para eso. Sé que sabréis hacerlo,
porque lo he visto. Sé que amáis, porque a veces el amor, como dice Safo, os
golpea como el viento sacude las copas de los árboles monte abajo; a veces
también odiamos, o todo a la vez, y uno no entiende muy bien qué pasa, pero el
caso es que lo siente y eso le tortura. Quienes comprendéis eso, ya tenéis una
idea muy clara de eso de la pasión en lo que vengo insistiendo. Estáis
preparados para descubrir en cada uno de los días que seguirán al de hoy una
aventura nueva. Vosotros, que hoy os vais, sois parte de una maravillosa cadena
de tradición y amor, como lo fuimos cada uno de los profesores que os hemos
acompañado durante seis años; todos estos de aquí (que están hechos unos
Prometeos). Como lo fui yo misma. Como lo habían sido mis profesores. Y los
profesores de mis profesores.
Y aunque es probable que nosotros vayamos a ser pronto poco
más que un recuerdo en vuestras bolsas vitales, también los que os vais nos
dejáis algo. De este modo, un día como hoy es pasado y presente a la vez, pero
sobre todo futuro: el vuestro. El que empieza ahora. El que os va a llevar a
volar.
Volad
alto y lejos."
¡Qué bien volver a leer una entrada en este blog! Y que estupendo, también, leer las palabras de Rosa con calma y atención.
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