domingo, 10 de enero de 2010

TEXTO DE LA SEMANA


Durante siete años venimos publicando El texto de la semana. Lo elegimos normalmente a propósito de alguna efeméride o acontecimiento de actualidad. Algunas veces nos llegan sugerencias de otros centros (el más activo, el IES Infanta Elena de Galapagar a través de Lupe Jover). Y también seleccionamos creaciones de calidad de nuestros alumnos.
Los pegamos por los pasillos, los repartimos a los profesores de Lengua, a tutores que lo quieren para el tablón de anuncios y dejamos copias en la biblioteca para quien lo solicita.
También lo distribuimos por correo electrónico a nuestra lista de gentes de lectura y biblioteca: de Cantabria a Canarias, pasando por Asturias, La Rioja, Navarra, Aragón, Cataluña, Murcia, las dos Castillas, Andalucía, y, claro, Madrid.
Si vemos a alguien leyéndolo en el pasillo, si se suscita polémica por el contenido o por el autor, si se aprovecha para clase, nuestro objetivo está cumplico.

El primero de 2010 es para conmemorar el centenario de Miguel Hernández: "Llamo a los poetas", de El hombre acecha (1937-1939), tomado de http://www.miguelhernandezvirtual.com/publicaciones/pdfs/voz3.pdf, donde puede leerse también en inglés y ¡en pampango!, que es una lengua, según la RAE, natural de Pampanga, provincia de la isla de Luzón, en Filipinas, y, según la wikipedia, es hablada por 2,3 millones de personas.
Aquí va en español:

LLAMO A LOS POETAS
Entre todos vosotros, con Vicente Aleixandre
y con Pablo Neruda tomo silla en la tierra:
tal vez porque he sentido su corazón cercano
cerca de mí, casi rozando el mío.

Con ellos me he sentido más arraigado y hondo,
y además menos solo. Ya vosotros sabéis
lo solo que yo voy, por qué voy yo tan solo.
Andando voy, tan solos yo y mi sombra.

Alberti, Altolaguirre, Cernuda, Prados, Garfias,
Machado, Juan Ramón, León Felipe, Aparicio,
Oliver, Plaja, hablemos de aquello a que aspiramos:
por lo que enloquecemos lentamente.

Hablemos del trabajo, del amor sobre todo,
donde la telaraña y el alacrán no habitan.
Hoy quiero abandonarme tratando con vosotros
de la buena semilla de la tierra.

Dejemos el museo, la biblioteca, el aula
sin emoción, sin tierra, glacial, para otro tiempo.
Ya sé que en esos sitios tiritará mañana
mi corazón helado en varios tomos.

Quitémonos el pavo real y suficiente,
la palabra con toga, la pantera de acechos.
Vamos a hablar del día, de la emoción del día.
Abandonemos la solemnidad.

Así: sin esa barba postiza, ni esa cita
que la insolencia pone bajo nuestra nariz,
hablaremos unidos, comprendidos, sentados,
de las cosas del mundo frente al hombre.

Así descenderemos de nuestro pedestal,
de nuestra pobre estatua. Y a cantar entraremos
a una bodega, a un pecho, o al fondo de la tierra,
sin el brillo del lente polvoriento.

Ahí está Federico: sentémonos al pie
de su herida, debajo del chorro asesinado,
que quiero contener como si fuera mío,
y salta, y no se acalla entre las fuentes.

Siempre fuimos nosotros sembradores de sangre.
Por eso nos sentimos semejantes del trigo.
No reposamos nunca, y eso es lo que hace el sol,
y la familia del enamorado.

Siendo de esa familia, somos la sal del aire.
Tan sensibles al clima como la misma sal,
una racha de otoño nos deja moribundos
sobre la huella de los sepultados.

Eso sí: somos algo. Nuestros cinco sentidos
en todo arraigan, piden posesión y locura.
Agredimos al tiempo con la feliz cigarra,
con el terrestre sueño que alentamos.

Hablemos, Federico, Vicente, Pablo, Antonio,
Luis, Juan Ramón, Emilio, Manolo, Rafael,
Arturo, Pedro, Juan, Antonio, León Felipe.
Hablemos sobre el vino y la cosecha.

Si queréis, nadaremos antes en esa alberca,
en ese mar que anhela transparentar los cuerpos.
Veré si hablamos luego con la verdad del agua,
que aclara el labio de los que han mentido

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