domingo, 11 de enero de 2015

IGNACIO CAMPAL, UN SER HUMANO FUERA DE LO NORMAL

   A Ignacio le gustaba, lo que más en el mundo, estar acompañado y ayudar a la gente.
   Y viajar por viajar, sobre todo para probar los trenes. En tiempos en que no existía internet y en los posteriores en que no era común su uso, él siempre estaba informado del mejor trayecto, del mejor medio de transporte. Y si no recordaba el horario, echaba mano a su bolsillo y consultaba sus papeles hasta dar con la respuesta.
   Y le gustaban las gestiones administrativas: no había oficina en la Comunidad de Madrid donde no lo conocieran. En un cajón guardaba impresos insospechados, de esos que requieren largas colas para conseguirlos: ayudaba a cumplimentarlos y se ofrecía a presentarlos para hacer el favor a cualquiera.
   Disfrutaba de las excursiones; como trabajaba en el turno Nocturno, se apuntaba a todas las que podía por la mañana o en fin de semana, ya fuera a visitar un museo, una mina, a ver una obra de teatro o a escuchar un concierto, cuya música acompañaba con la cabeza y con las manos cual si fuera él el director de la orquesta. 
   También le gustaba la literatura, como nos demostraba en las tertulias nocturnas del Día del Libro. Sobre todo coleccionaba novelas policíacas, y las de Julio Verne, que donó a la Biblioteca del Instituto en un arranque más de filantropía.
   Si había que quedarse montando una exposición hasta las tantas de la noche, contábamos siempre con Ignacio, que aparecía cargado de fotocopias y de refrescos con que nos lo hacía más llevadero. Nunca se quejaba, aduciendo que él de todos modos tenía que hacer su ronda última cerrando las aulas y recogiendo papeles.
   Solo comía si alguien lo acompañaba, y al menor descuido, se adelantaba a ser él quien invitaba en los restaurantes. Le apasionaban los dulces y la conversación, en la que siempre introducía expresiones que solo usaba él: no hablaba de la gente, sino de "las personas" y su máxima era que "hay que ser amable". Don Amable fue un título que le asignaron y que lo retrata tanto como el verso de Machado que leímos en su despedida:
"... más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno." 

   Ignacio Campal Guallart, un hombre con estudios, que había trabajado en RENFE y había tenido cargos en gestoría, era conserje. "Trabajó y vivió para el IES Juan de Herrera con entrega admirable de 1985 a 2008." 
   Ese es el texto de la placa que desde esta semana se verá en la que fue su casa durante esos veintitrés años, Ya han pasado seis y medio desde que murió. Los médicos adujeron como motivo un cáncer, pero la causa cierta fue que tres años antes le habían obligado a jubilarse, a abandonar el Instituto al que se había entregado durante más de dos décadas. A pesar de que habíamos recogido numerosas firmas para que no se cumpliera esa dura sentencia laboral y consiguió ser readmitido, la pena que ese largo proceso le supuso y la de que llegaría el momento irreversible de dejar su puesto, acabó con él.
   Y en sus últimas semanas, ya con el diagnóstico maldito de la cruel enfermedad, fuimos conscientes del extremo al que lo había llevado su bondad: Ignacio, hombre generoso sin límite, desprendido hasta lo que no es imaginable, no tenía nada más que deudas. Lo había dado todo. No disponía ni siquiera de lo mínimo para pagarse una residencia donde le prodigaran los cuidados que su mal demandaba. Las "personas" se volcaron con él para que estuviera bien atendido, para acompañarlo. Pero pudimos hacerlo durante muy pocas semanas, pues falleció poco después, respondiendo al pie de la letra a la última estrofa del mismo poema, "Retrato", de Machado:
"Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar, 
me encontraréis a bordo ligero de equipaje, 
casi desnudo, como los hijos de la mar."


   También en su memoria, este otro texto de Machado se convierte en nuestro "Texto de la semana":

OTRO VIAJE
Ya en los campos de Jaén,
amanece. Corre el tren
por sus brillantes rieles,
devorando matorrales,
alcaceles,
terraplenes, pedregales,
olivares, caseríos,
praderas y cardizales,
montes y valles sombríos.
Tras la turbia ventanilla,
pasa la devanadera
del campo de primavera.
La luz en el techo brilla
de mi vagón de tercera.
Entre nubarrones blancos,
oro y grana;
la niebla de la mañana
huyendo por los barrancos.
¡Este insomne sueño mío!
¡Este frío
de un amanecer en vela!…
Resonante,
jadeante,
marcha el tren. El campo vuela.
Enfrente de mí, un señor
sobre su manta dormido;
un fraile y un cazador
—el perro a sus pies tendido—.
Yo contemplo mi equipaje,
mi viejo saco de cuero;
y recuerdo otro viaje
hacia las tierras del Duero.
Otro viaje de ayer
por la tierra castellana
—¡pinos del amanecer
entre Almazán y Quintana!—
¡Y alegría
de un viajar en compañía!
¡Y la unión
que ha roto la muerte un día!
¡Mano fría
que aprietas mi corazón!
Tren, camina, silba, humea,
acarrea
tu ejército de vagones,
ajetrea
maletas y corazones.
Soledad,
sequedad.
Tan pobre me estoy quedando
que ya ni siquiera estoy
conmigo, ni sé si voy
conmigo a solas viajando.




4 comentarios:

  1. El texto me ha emocionado. No tuve el placer de conocer a Ignacio en profundidad pero no te hacía falta para ser consciente de la bondad que irradiaba. Me alegro de que tenga el reconocimiento que merece, aunque siempre sepa a poco y tenga ese regusto agridulce de las injusticias peleadas.

    ResponderEliminar
  2. Carolina: Efectivamente, a poco que se conociera a Ignacio, se percibía la "bondad que irradiaba".
    Comparto tu emoción y te agradezco tu comentario.
    Un abrazo:
    Carmen Cuesta

    ResponderEliminar
  3. Me he emocionado, leyendo sobre esta gran persona, que no llegue a conocer, también me ha hecho pensar en mi mismo, en los demás y en el sentido de lo que vivimos y como lo vivimos, muchísimas gracias por escribirlo y publicarlo.

    ResponderEliminar
  4. Nos autoriza una profesora a publicar como comentario este correo que nos ha enviado:
    "Sentimos mucho no poder estar.Leí lo que escribes y vinieron a mi mente todos los recuerdos....... tantas
    horas de conversación con él en el cuarto de conserjería, sus despedidas al acabar las clases cada noche (siempre me acompañaba hasta la puerta), tantos paseos por aquellos pasillos, sus pasos cortos y rápidos, su sonrisa inocente y simple (en el buen sentido de la palabra)....
    Espero que muchas "personas " pudieran acudir y fuese un bonito homenaje."

    ResponderEliminar