sábado, 19 de noviembre de 2011

25 de noviembre: Día Internacional de Lucha contra la violencia de género




El próximo viernes es el Día Internacional de Lucha contra la violencia de género. Se conmemora el violento asesinato de las hermanas Mirabal (Patria, Minerva y Maria Teresa), tres activistas políticas asesinadas el 25 de noviembre de 1960 por la policía secreta del dictador Rafael Trujillo en la República Dominicana.

Amarga coincidencia que no haya pasado ni una semana de la muerte de una compatriota suya, Avellaneda Núñez, alumna del IES Las Canteras de Collado Villalba, muy cerca del nuestro.

Todas las muertes son terribles, pero la de una chica tan joven nos estremece muy hondamente, más si pensamos que podemos habernos cruzado con ella en el cine, en el mercadillo, en cualquier tienda o acera, o incluso en el patio de su Instituto que visitamos hace un mes.

Se había repartido su foto por todos los pueblos de alrededor: su cara sonriente hacía pensar en una vida feliz, confiada. Esa idea la corroboran las declaraciones de la directora de su Instituto a la prensa: "una chica estupenda, buena estudiante, buena en todo".

Compartimos con su familia, sus profesores y compañeros el sentimiento de luto que los aflige y les dedicamos el Texto de la semana, deseando con toda el alma que ésta sea la última muerte que hayamos de lamentar.

Se trata de un fragmento de El Revólver, cuento de Emilia Pardo Bazán que forma parte de una excelente presentación contra los malos tratos, de la Profesora Coral Caro Blanco, miembro del Seminario Interdisciplinar de Estudios de Género de la Universidad de Barcelona:


El revólver
Me casé muy enamorada... Mi marido era entrado en edad respecto a mí; frisaba en los cuarenta, y yo sólo contaba diecinueve. Mi genio era alegre, animadísimo; conservaba carácter de chiquilla, y los momentos en que él no estaba en casa, los dedicaba a cantar, a tocar el piano, a charlar y reír con las amigas que venían a verme y que me envidiaban la felicidad, la boda lucida, el esposo apasionado y la brillante situación social.
Al volver la primavera, el aniversario de nuestro casamiento, empecé a notar que el carácter de Reinaldo cambiaba. Su humor era sombrío muchas veces, y sin que yo adivinase el porqué, me hablaba duramente, tenía accesos de enojo. No tardé, sin embargo, en comprender el origen de su transformación: en Reinaldo se habían desarrollado los celos, unos celos violentos, y razonados, sin objeto ni causa y, por lo mismo, doblemente crueles y difíciles de curar. Si salíamos juntos, se celaba de que la gente me mirase o me dijese, al paso, cualquier tontería de éstas que se les dice a las mujeres jóvenes; si salía él solo, se celaba de lo que yo quedase haciendo en casa, de las personas que venían a verme; si salía sola yo, los recelos, las suposiciones eran todavía más infamantes...
Si le proponía, suplicando, que nos quedásemos en casa juntos, se celaba de mi semblante entristecido, de mi supuesto aburrimiento, de mi labor, de un instante en que, pasando frente a la ventana, me ocurría esparcir la vista hacia fuera... Se celaba, sobre todo, al percibir que mi genio de pájaro, mi buen humor de chiquilla, habían desaparecido, y que muchas tardes, al encender luz se veía brillar sobre mi tez el rastro húmedo y ardiente del llanto. Privada de mis inocentes distracciones; separada ya de mis amigas, de mi parentela, de mi propia familia, porque Reinaldo interpretaba como ardides de traición el deseo de comunicarme y mirar otras caras que la suya, yo lloraba a menudo, y no correspondía a los transportes de pasión de Reinaldo con el dulce abandono de los primeros tiempos.
Cierto día, después de una de las amargas escenas de costumbre…


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