domingo, 8 de mayo de 2011

Josefina Aldecoa. In memóriam


Josefina Aldecoa estuvo en nuestro Instituto hace unos años en el Día del Libro, gracias a la mediación de Inmaculada Lindo, querida profesora aquí durante unos años.

Josefina nos impresionó a todos por su elegancia. Su presencia, sus maneras, eran las de una verdadera señora. Pero nos llegó también muy hondo su amor por la enseñanza, por los niños de su querido Colegio Estilo, con pedagogía inspirada en la Institución Libre de Enseñanza, como ella nos explicó.

Los alumnos habían leído para la ocasión su "Historia de una maestra" y muchos profesores lo leímos entonces también. Nos emocionó la historia de Gabriela, que, con pocos años, es destinada a una aldea perdida donde ella es la única fuente de cultura. Imaginábamos cómo debían de ser aquellos maestros que tenían como medio de locomoción un burro, como vivienda la propia escuela, y como mundo para todo el curso el pueblo donde les destinaban. ¡Cuánto han cambiado los tiempos! Acompañamos a Gabriela en los momentos convulsos de la república en la cuenca minera asturiana, y también en su destino de Guinea Ecuatorial. Se nos quedó grabada la personalidad de esa mujer dulce y fuerte a la vez, que luego hemos visto encarnada en maestras que han sido nuestras compañeras, jubiladas ya: Sonsoles, Sagrario...

Otra maestra, Esperanza, me reprochó el otro día que no hubiéramos dedicado ningún Texto de la semana a su recuerdo, cuando tanto hemos hablado de este libro. Merecimos su reprimenda, por adelantar otros textos y pasar por alto su fallecimiento. Hoy elegimos éste, que he encontrado en un comentario de Mariano Coronas, y luego, en el blog de Fernando Nombela:

MUJERES DE NEGRO. Barcelona, Círculo de Lectores, 1994
La memoria no actúa como un fichero organizado a partir de datos objetivos. Aunque en cada momento escribiéramos lo que acabamos de ver o sentir, estaría contaminado por las consecuencias de lo vivido… Por ejemplo, si trato de recordar qué tiempo hacía el día que llegaron los alemanes a la ciudad de mi infancia, yo aseguraría que hacía frío. Quizá no fue así. Podría consultar libros o periódicos para comprobar la veracidad del dato. Pero yo sé que en mi memoria hacía frío. Es un recuerdo duro, enemigo. Por eso escribo: los alemanes llegaron en invierno. Recuerdo muy bien el día que los vi desfilar. Una banda militar les precedía entre una nube de banderas. Tocaban marchas brillantes y enérgicas. Los niños corríamos de una calle a otra para verlos. Nos colocábamos entre la gente para llegar al borde de la acera, a primera fila. «Son educados, fuertes, guapos», dijeron unos. Pero eran odiosos para otros, odiosos para mi madre porque su presencia significaba una ayuda a los rebeldes y un obstáculo grave para los defensores de la República (…)

Los niños perseguían a los alemanes, les pedían las cajas vacías de sus cigarrillos rubios. «Alemán, caja finis.» Las cajas eran de latón dorado y plateado. En ellas se podían guardar muchas cosas: alfileres para jugar en la calle disparándolos con la uña para alcanzar los del amigo; botones sueltos, cromos de Nestlé, alguna moneda de cinco o diez céntimos…

«Escribe para recordar», dice mi madre cuando le hablo de estas cosas, «y para conjurar los fantasmas.» Escribo: cajas doradas, cajas plateadas, odiosas cajas alemanas, símbolo de un poderío ajeno y lejano.


- Josefina Aldecoa. La mirada de la Institución Libre de Enseñanza. ENTREVISTA.

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